La mitología les atribuye muchos
nombres: trasgos, duendes, kobolds…
pero todos ellos hacen referencia a una serie de criaturas fantásticas que tienen presencia en prácticamente todas
las culturas del mundo. ¿Casualidad o algo más?
El origen de los espíritus domésticos
El origen de estas creencias es
tan antigua como la propia humanidad. Los escritos nos permiten demostrar que,
por ejemplo, en el Imperio Romano
era costumbre rendir culto a los penates,
que eran los espíritus encargados de
guardar y proteger el hogar. Estos seres protectores pertenecían a la propia familia, es decir, son sus antepasados que velan por la seguridad
de sus hijos y nietos.
Pero lo más frecuente es que estas criaturas estén vinculadas a la
naturaleza o a la magia. En las tradiciones podemos leer que son capaces de
otorgar deseos y también de causar todo
tipo de desgracias a los desdichados humanos con los que entran en
contacto. Pero sea como sea, se les respetaba.
Para que te hagas una idea, en la
Edad Media los granjeros siempre
dejaban una parte de la cosecha sin
recoger para los duendes y otros espíritus de la casa. De igual manera, les
hacían regalos para tenerlos contentos,
ya que eran impredecibles y nadie quería enemistarse con ellos. Y todo ello
incluso con la llegada del cristianismo.
Divertidos y traviesos
Algunos son traviesos y les gusta esconder objetos por toda la casa, otros se aparecen en sueños y predicen el futuro.
Algunas leyendas incluso nos cuentan que asistían
en partos complicados y que en ocasiones podían llegar a provocar incendios o accidentes. Pero en
general, parece que si se les muestra
respeto y se les da algo a cambio de su servicio no hay ningún tipo de
problema.
En nuestro país también podemos
encontrar estos espíritus domésticos en
la tradición popular, como por ejemplo los trasgos
de Asturias que tenían agujeros en la mano izquierda y aunque traviesos en ocasiones ayudaban con las tareas de la casa.
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