En la Roma antigua, existía una ley en la que podía observarse cierta restricción respecto a la pena de muerte, y esta era que la misma no podía proceder en contra de las mujeres que aún se conservaran vírgenes. Una medida que para muchos podría resultar benévola, si no fuera por la forma en que se las ingenió el emperador Tiberio para quebrantarla más tarde, e incluso, volver a la pena misma aún más deshonrosa.
Al tratar de encontrar una vía por la cual pudiera administrarse justicia sin desacatar lo estipulado por la ley, Tiberio ordenó que las doncellas puras a las que se les acusara de cualquier crimen, fueran conducidas de cualquier manera al patíbulo, no sin antes recibir el tratamiento adecuado por parte de sus verdugos.
Fue así como se estableció la monstruosa costumbre de que las mujeres fueran violadas, justo antes de morir, lo que suponía un tormento aun mayor para ellas.
Quizá esta fue una de las decisiones que provocaron que Tiberio fuera tan poco querido por su gente, además de los numerosos rumores desagradables que corrían sobre su persona, entre los que se incluían las celebraciones de extensas orgías, juegos sexuales en el baño donde incluía a niños muy pequeños y vicios de carácter alcohólico.
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